Santiago Gómez, un muchacho
que es, como yo, trabajador
en una empresa pescadora
y traga libros en montón
puso en mis manos ese suyo
de singular tecnicolor
en que aparecen NUESTROS conchos
bajo la luz de NUESTRO sol,
rudos, viciosos, corajudos
y CREYENCEROS, ¡vive Dios!,
nunca apegados a la vida,
fieles guardianes de un HONOR
que ellos entienden a su modo,
hecho de fiebre y corazón.
Y tras doblar la última página,
presa del rítmico temblor
con que estremece nuestras almas
el huracán de la emoción,
sentí el deber ineludible
de hacer llegar a Ud. mi voz
-mi voz de viejo retirado
de la mundana agitación‑,
para decirle cómo es bello
su noble gesto de escritor
en estos tiempos hogareños
de un entreguismo a todo son
en que LO NUESTRO ya no cuenta.
Con qué patriótico fervor
usted agita las banderas
de que se ufana la nación
y muestra en toda su nobleza
el campesino pundonor
que aún no ha podrido la malaria
y alza en los campos de labor
las herramientas con que un día
de perennal recordación
fue a las fronteras septentrionas
a rechazar al invasor
e irá mil veces, si es preciso,
como lo afirma su Canción.
Malos maridos, rudos padres,
hijos simplones, “qué sé yo”,
nuestros SENCILLOS LABRADORES
‑pese al veneno del alcohol-
son abnegados compañeros
y en la amistad, ayer como hoy,
fundan la brava aristocracia
de pie descalzo y chaquetón.
En esa casta de labriegos
que en su novela usted pintó
con tintas fuertes de hidalguía
y con pinceles de pasión,
está la gloria de esta patria
que es permanente como el sol,
y está el arado que algún día
‑abriendo surcos de dolor
en el desierto anochecido
de una total renunciación-
hará la siembra productiva
de libertad, de paz y amor,
cuando la mano encallecida
de LICO ANCHÍA, el mocetón
que allá en los suampos bananeros
vertiera ríos de sudor,
estreche la otra mano fuerte
de aquel OTAROLA que vio
retroceder el mismo padre
ante su gesto retador,
y ambas, formando como un arco
de fortaleza y protección
sobre ciudades y plantíos,
formen la heroica comunión
de los que sufren y trabajan
entre las sombras del dolor.
Reciba usted la enhorabuena
por su magnífica labor
de verdadero patriotismo
que le da BILLO ZELEDÓN
(José María Zeledón, autor del Himno Nacional)
Puntarenas, 12 de enero de 1945.
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